martes, septiembre 27, 2011

Premio Nacional de Letras - La generación maldita


Si algo afecta a la literatura mexicana es la tendencia a los grupúsculos. Carlos Fuentes acaba de poner en circulación su libro La gran novela latinoamericana pero no para hacer una revisión de lector acucioso sino para ajustar cuentas con sus validos. Por eso es que da un salto de trapecista sin red protectora de la veneración del boom a la generación del crack. En medio, sin embargo, existe una generación de escritores que fijaron lo que debió haber sido la generación del boom mexicano pero por razones de política cultural se quedó en una especie de generación maldita.

René Avilés Fabila, José Agustín, Gustavo Sainz, Gerardo de la Torre y Parménides García Saldaña irrumpieron con irreverencia en el ambiente literario al comenzar los años sesenta y —salvo Parménides que ya falleció— siguen dando lata con talento propositivo. La razón del desdén no es sino una forma de operar de las políticas culturales en México, y más cuando dependen de presupuestos oficiales. Pero fueron escritores de la generación de la rebeldía, de la ruptura, del sacudimiento a la modorra literaria que funcionaba en esos años como —claro— mafia.

Sainz es el más innovador. Agustín fue el rupturista, aunque después regresó al redil estilístico. Avilés Fabila es el incansable, siempre produciendo. Parménides era la gran promesa, escribiendo desde el alma. De la Torre, siempre serio, fusionó la renovación estilística con el tema obrero. Esta generación, llamada “de la Onda” sólo por razones de temporalidad aunque con una caracterización que no reconocía la profundidad de sus propuestas rupturistas, ha sido como una generación perdida, pero no por su espacio político como la europea de entreguerras sino porque la historia mexicana no quiere encontrar aquello que no puede controlar.

Ahora Avilés Fabila y Agustín aparecen en la lista, siempre secreta, negada pero aceptada con gestos de complicidad, del Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de lingüística y literatura, mejor conocido como Premio Nacional de Letras. Agustín irrumpió en 1964 con La tumba y luego escribió sus dos obras maestras: De perfil y Se está haciendo tarde (final en laguna). Ahí había propuesta de lenguaje, de estilo, de ruptura con el pasado formalista, un pistoletazo en medio de un teatro, como quería Stendhal. Las novelas posteriores de Agustín ya no lograron mantener su rebeldía estilistica, aunque mantuvieron su frescura y su talento para las letras.

Avilés, en cambio, sacudió la modorra intelectual en 1967, —el mismo año de Cien años de soledad— con su novela Los juegos, un retrato festivo pero serio, irónico pero a fondo, de la élite intelectual entonces comandada —¿por quién más si no?— por el mandarín Carlos Fuentes. A Avilés le recomendaron que quemara las primeras cien cuartillas porque nadie le iba a publicar la novela; por eso acudió a la venta adelantada de ejemplares, la novela salió y quedó marcado por el índice de fuego del mandarín Fuentes. Obviamente Fuentes se brinca la generación de la Onda y se regocija con la del crack, una generación que nació para rendirle pleitesía a Fuentes.

En 1970 Avilés dio otro brinco cualitativo con El gran solitario de Palacio, novela de dictadores producto de la represión del 68 mexicano y cuyo título se convirtió en una especie de cuento corto además del más citado en referencias políticas para aludir a los presidentes del gran poder. El Tirano Banderas de Valle-Inclán salió en 1926 y El señor presidente de Asturias circuló en 1946, pero el dictador de Avilés fue precursor de lo que después harían Augusto Roa Bastos en 1974 con Yo, el Supremo, Carpentier también en 1974 con El recurso del método, García Márquez en 1975 con El otoño del Patriarca y en 2000 Vargas Llosa con La fiesta del Chivo.

Avilés formó parte del grupo de la Onda pero fijó sus propios estilos, no tanto los protagonistas juveniles sino la propuesta de estructuras narrativas menos formales. Militante comunista, fue miembro de la célula Carlos Marx aunque más bien debió haber fundado, la célula Groucho Marx por su siempre fresco sentido del humor. Menos ideológico que definido en su opción socialista, de todos modos Avilés nunca dejó que su filiación acotara su creación, y eso a pesar de que en 1972 ganó el Premio Cuento de la Casa de las Américas, de Cuba, con La desaparición de Hollywood una muestra de la otra faceta de Avilés: la de cuentista consumado, y dentro de esa forma literaria la línea fantástica que ha logrado como pocos.

Además de mantener un ritmo consistente de producción literaria, Avilés ha destacado como periodista y, de manera sobresaliente, o promotor cultural, lo mismo con la revista El Búho que con su obra magna: el Museo del Escritor, hazaña personal que registra ya cosas de escritores, primeras ediciones y sobre todo un espacio de reconocimiento a la función del escritor.


Si algún escritor merece hoy el Premio Nacional de Letras, sin duda que es Avilés Fabila, recientemente en Bellas Artes por el Conaculta de Consuelo Sáizar por sus 70 años produciendo y con reconocimientos y homenajes en universidades de México y de Estados Unidos. Y lo merece por su aportación a las letras, a la literatura, al medio intelectual tan polarizado en mafias y al debate político nacional a veces dominado aún por mandarines de la cultura.

Avilés Fabila formó parte de una generación de escritores que fue desdeñada por razones extraliterarias y que llegó la hora de darle su lugar en la historia dejas de las letras nacionales.

Carlos Ramírez - Publicado en:
El Financiero . Cultura . Martes 27 de septiembre de 2011

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